Es cierto que el maltrato animal no tiene fronteras y que cada país tiene su cuota de monstruos, de desalmados, de irresponsables. Es cierto que en Suiza los perros y gatos abandonados son acogidos todos los años por los refugios.  

En España, y especialmente en el sur de España, la crueldad con las mascotas es casi cultural. En este país, que sin embargo forma parte de "Europa", son los voluntarios que se dedican a la protección de los animales los que son señalados, los que molestan y los que son regularmente atacados y vilipendiados.

​

Cuanto más se adentra en la España profunda, en la España rural, más se acepta la presencia del perro sólo si tiene una utilidad. Caza, vigilancia u otros, un perro debe servir para algo, es una herramienta entre otras. Y cuando ya no se necesita la herramienta, la tiramos y la reemplazamos.

​

Perros atados de por vida, perros callejeros, perros asesinados a tiros con una extremidad rota son algo común. La esterilización sigue siendo una práctica marginal y los perros y gatos se reproducen de forma anárquica y descontrolada. Los pueblos y el campo están acosados por perros y gatos hambrientos y enfermos, que deambulan solos o en manadas en busca de la más mínima miseria… Son tan parte del paisaje que sobreviven en una indiferencia casi general.

Su única posibilidad de redención son los que llamaremos aquí “corazones puros”… Se les suele llamar, lacónicamente, “voluntarios”…

Hay en España, como en todas partes, gente que tiene corazón, gente que no acepta el destino, gente que está tocada en lo más profundo de su alma por este desamparo animal y que lucha, a diario, con el sacrificio de su familia, su sociedad y vida profesional, para ayudar a todos estos desafortunados y cambiar mentalidades.

Aquí y allá, en todo el país, se han creado pequeños refugios, hechos de cachivaches, dirigidos por estos famosos "voluntarios". Son un puñado para luchar contra la miseria, el maltrato, la enfermedad, la violencia, en la indiferencia, incluso en la hostilidad de sus conciudadanos. No reciben ayuda, ni pública ni privada, y sin el apoyo del exterior, solo tendrían que callarse y mandar a la calle a todos sus protegidos.

No está en la cultura española apoyar, tanto financieramente como mediante inversiones personales, la causa animal. Los que lo hacen son vistos como inadaptados y alborotadores.